viernes, 23 de noviembre de 2012

TEORÍA DE LA SOCIEDAD PRÁCTICA. EL FRACASO DE LA SOCIEDAD.

Una persona es el axioma de una sociedad, y una sociedad es el resultado de la suma de todos sus individuos, cada uno de los cueles diferentes, o si lo prefieren… distintos entre sí, lo que nos lleva a que la moral, la ética, los objetivos, etc., de dicha sociedad no tienen por qué corresponderse a los de sus miembros. Por consiguiente tenemos que tratar a una sociedad como a un ente diferente a los individuos que la componen pero sin separarlos.

Aunque esta base fundamental se desprende de la definición misma de “sociedad”, la obviedad es necesaria (y cuando lo es no suele ser bueno) para tomarla como punto de partida para analizar un hecho, que aunque se ha dado durante más tiempo del que pensamos, es ahora cuando lo percibimos con algo más de claridad. Hemos fracasado como sociedad. O, para los más optimistas, estamos fracasando como sociedad.

El ser humano se ha agrupado desde el principio de los tiempos por diferentes motivos. Ese hecho tan simple (convivir con miembros de tu misma especie compartiendo territorio) generado por una necesidad básica, como defenderse o alimentarse, es un patrón innegable e inevitable a nivel individual. Platón y Aristóteles lo llamaron “sociabilidad natural”. En el ser humano y su manera de entender la vida, existe un proyecto de sociedad innato. Ese proyecto se desarrolla de manera tan natural e inconsciente, que trasciende al propio individuo adquiriendo entidad propia. Las ventajas de esta forma natural de convivir hacen imperativo plantearse un modelo más o menos reglado, pasando de ese “proyecto de sociedad” a tener como objetivo la sociedad en sí.

A pesar de que la necesidad de convivir en sociedad ha permanecido inalterable en su esencia básica a lo largo de los años, los modelos y los conceptos de sociedad, sí que han ido cambiando motivados por las nuevas necesidades de los individuos que la componen. Modelos y conceptos son en realidad dos dimensiones diferentes de “sociedad”; entendiendo “modelo” como la sociedad práctica, y “concepto” lógicamente como la sociedad teórica. Curiosamente en este ámbito habría que decir que la teoría o concepto de sociedad se queda corto en comparación con la práctica o los modelos existentes. En realidad sería imposible dar una definición de sociedad que se ajustara a un modelo práctico real, ya que los conceptos no van más allá de describir a un grupo de individuos conviviendo bajo unas reglas o acuerdos que permitan dicha convivencia, y teniendo todos un objetivo común para satisfacer las necesidades básicas y necesarias. Pero lo cierto es que “sociedad” ha ampliado tanto tus fronteras, que en la práctica se han generado sociedades dentro de las sociedades, agrupándose los individuos por creencias, estilos, opiniones, hobbies, y un largo etcétera. Si sólo tenemos en cuenta las grandes sociedades, o si desligamos la territorialidad y las características definitorias de la sociedad práctica, nos daremos cuenta de que los aspectos que mantienen la cohesión entre los individuos, son aquellos que tienen que ver con el sentimiento de pertenecer a un grupo determinado; estaríamos hablando ya de aspectos culturales, históricos, sentimentales, reivindicativos etc., todo al margen de las necesidades vitales que limitan en mucho lo que es realmente una sociedad. Este hecho hace imposible la convivencia grupal si no es bajo un modelo de sociedad; sin estos lazos afectivos definitorios que trascienden al propio concepto de sociedad, un grupo de individuos determinados no podrían convivir en el mismo territorio. Es decir, es imposible que un grupo de personas convivan fuera de la concepción social.

Ante las ventajas de desarrollar una vida en grupo, y sobre todo por la imposibilidad de que esto ocurra sin las premisas que definen una sociedad, los individuos asumen e interiorizan la sociedad como modelo sine qua non para sobrevivir, relacionarse y evolucionar. La sociedad consciente es la aceptación de este modelo como objetivo de convivencia, y el esfuerzo que esto conlleva. Cada integrante del grupo adapta su comportamiento, su estilo de vida, para integrarse o permanecer integrado a la sociedad a la que pertenece. De esta manera se refuerza el modelo. La sociedad se retroalimenta y evoluciona a partir de la consciencia de sus componentes, hasta que llega un punto de inflexión donde la propia sociedad moldea a sus miembros, sería la consciencia de la sociedad. Este punto es inevitable en el desarrollo normal de la evolución humana como especie, la suma de entes da lugar a un ente mayor y con identidad propia. El ente sociedad es  capaz ya por sí mismo de orientar las vidas de los individuos que lo integran; aceptadas sus reglas legales, morales, éticas, tácitas, contractuales, e incluso religiosas, políticas… la maleabilidad de las conductas es una consecuencia lógica.

Las sociedades tienen dos puntos clave que siendo de naturaleza muy diferente, se complementan: una sociedad crece y se expande; además su evolución en un ambiente aislado depende únicamente del límite de sus individuos. El primero de los hechos provoca que sociedades diferentes entren en contacto, el segundo motiva la interacción activa de las mismas (interacción que no tiene por qué ser pacífica). Nos damos cuenta entonces, estudiando la mecánica del desarrollo de las sociedades, que un grupo completamente aislado está apocado a la desaparición, pudiendo ocurrir por diversos motivos: por la distorsión de sus reglas de origen, por no alcanzar un número suficiente, por no querer interactuar con el resto de las sociedades que la rodean siendo al final absorbida por éstas (interacción pasiva) etc. Se podría decir que una sociedad evoluciona más rápidamente y perdura en el tiempo, en función de su capacidad para relacionarse con el resto de sociedades que ocupan los territorios vecinos. La curiosidad humana, la arrogancia, la tecnología etc., ha permitido a lo largo de la historia, que estas interactuaciones se produzcan entre sociedades muy distantes.

Siguiendo este modelo de desarrollo social hemos llegado a una sociedad global (en muchos de sus aspectos). La interactuación total o parcial de las sociedades que componen el mapa mundial, ha desembocado en un “monstruo de frankenstein”, no comparable con el desarrollo de una sociedad individual, pero guardando las características básicas, a saber: un ente que es la suma de todas las sociedades que lo conforman, pero diferente a cada una de las mismas.

A grandes rasgos, éste es el camino que ha seguido la sociedad hasta donde la conocemos: axioma (individuo) -organización natural –sociedad -evolución primaria -interacción con otras sociedades –evolución -desarrollo general -sociedad global. Teniendo esto, comprendemos que los tres grandes rasgos son, “el individuo”, “la mecánica evolutiva social” y “la sociedad global”.

Hablar del individuo en relación con la sociedad es harto complicado cuando los mejores filósofos de la historia ya lo han hecho, ante los cuales no creo estar a la altura. Dicho lo cual, espero me perdonen si creen que mi teoría está anticuada o trillada. Es innegable que la sociedad no existiría sin el individuo. Jeans Graves (1854-1939) definió al individuo como las “células” del “organismo vivo” que era la sociedad, pero como ejemplo para intentar demostrar que era una ínfima partícula de la sociedad, sin importancia trascendente. Este ejemplo le servía para razonar demás, que la célula dependía totalmente del ser completo y por tanto los individuos eran esclavos de la sociedad. Graves enmarcó la dependencia del individuo en la política económica, fruto indiscutible de la sociedad. Esta conclusión puede darse la mano con el pensamiento de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), que entendía que el hombre había “cedido” su libertad y por tanto estaba alienado por el sistema social o la sociedad. Ésta es, sin duda, la visión romántica del individuo dentro de la sociedad; atrapado, encarcelado… con una libertad coartada que le impide elegir aquello que quiere cuando quiere. Se podría exponer aquí perfectamente la paradoja de hablar de individualismos en un contexto social, pero no lo haremos hoy. Lo cierto es que Rousseau primero y Graves después, se equivocaban (si no en sus planteamientos, sí en sus conclusiones). El individuo no es un mero componente estructural de la sociedad, eso lo dejaría al margen de la misma. Lo cierto es que cada una de las personas que componen una sociedad son la única verdad social, porque todas las normas, leyes, acuerdos, fines, objetivos… todo… parte de esos individuos. La alienación o esclavitud social, pondrían al individuo en un plano diferente a la sociedad, y no pueden estar en planos distintos. Un preso forma parte de la prisión, pero no es la prisión. La cárcel seguirá siéndolo incluso sin presos (aunque no tenga razón de ser). Un motor está compuesto por cientos de piezas, pero cada elemento no es el motor, están en planos distintos. Por el contrario, un individuo no solamente forma parte de la sociedad, sino que “es” sociedad, porque en cada uno reside la voluntad innata de configurar un modelo de convivencia reglado. Es decir, la sociedad no existiría sin el individuo, pero los individuos no se desarrollarían sin la sociedad. Es una simbiosis. Voltaire se acercó con el pacto social: la vida en común exige una convención para preservar el interés de cada uno. Decía que el instinto y la razón del individuo le llevan a respetar y promover tal pacto, y que el propósito de la moral era enseñarnos los principios de esta convivencia fructífera. Personalmente no creo en el instinto como base ni parte del comportamiento humano, sea cual sea. Poner al mismo nivel instinto y razón es como verter agua y aceite en el mismo recipiente. Mezclar instinto y moral es tan absurdo como decir que cualquier animal que viva en sociedad, que hay muchos, observa unas reglas morales en base a un instinto que los hace actuar. A Voltaire se le escapaba la dimensión cognitiva de la sociedad, la que le confieren todos y cada uno de sus individuos, y por la que toma conciencia de sí misma a través, precisamente, de las personas que la conforman. Es un flujo recíproco. Una simbiosis en todos los sentidos. De este flujo bidireccional parten entonces la moral de la sociedad como ente, los acuerdos, los fines, los objetivos etc. Por tanto, el primer y más grande error del concepto de sociedad es separar, aunque sea inconscientemente, al individuo de la sociedad, porque el modelo que esto genera no se basa en los individuos, sino en una estructura ya dada de sociedad. Estaríamos (y estamos) intentando construir un castillo de naipes a la inversa, poniendo como base sólo unas pocas cartas, y haciendo cada nivel con más naipes que el anterior. Cuando habría que poner como base a todos los individuos y cada nivel con una estructura tal que se sustente con el anterior.

Las teorías actuales de Habermas (1929-….) y Foulcault (1926-1984) respecto a la sociedad en relación a los individuos, se acercan más a la no disgregación de ambos conceptos (individuo-sociedad). Siendo la de Habermas excesivamente utópica, describiendo una sociedad de futuro necesaria o posible, y definiendo que el individuo puede abstraerse del poder-manipulación de la sociedad  (acción estratégica como lo llama Habermas); Foulcault, por el contrario, expone una sociedad más real, o pesimista dirían algunos, aunque sin la posibilidad de que el individuo pueda apartarse de ese poder-manipulación que ejerce la sociedad. Pero ambos, de una manera u otra manifiestan que el individuo configura un discurso y plantea una manera de auto-gobierno que el sujeto puede darse, haciendo de sus decisiones racionales la base de sus acciones sociales. Esto, que Habermas llama auto-crítica, es la base de la que parte el nivel cognitivo, moral y sicológico de una sociedad entera, que la convierte en un ente por sí misma, pero que es a la vez el mecanismo que tiene la persona para relacionarse con los demás y evolucionar como individuo, llegando a realizarse como ser humano completo. Porque no es, sino en sociedad, donde podemos desarrollar todas las acciones, cumplir todos los “parámetros” que nos convierten en seres humanos, ya que nuestra especie no sólo se identifica por nuestra biología, o nuestro aspecto, nuestra evolución intelectual en el marco de una vida es fundamental, y esta evolución no se puede dar fuera del contexto de sociedad. El conjunto, el grupo, promueve el desarrollo cognitivo e intelectual y por qué no, moral, ético, psicológico… hasta un nivel suficiente (dentro de las capacidades de cada uno).

Respecto a la mecánica evolutiva social no tiene problema aplicada a las sociedades individuales que, como ya hemos explicado antes, interactúan entre sí dando lugar a un desarrollo mayor. El problema de este sistema casi natural de evolución, viene cuando se aplica a una sociedad global. Por definición, en este caso, el modelo de mega-sociedad tiende a desaparecer. Hemos dicho que la evolución de una sociedad depende del límite de sus individuos. En este caso, la evolución del ente sociedad global depende directamente de la evolución de las sociedades que lo componen. Pero esta super-sociedad está aislada, no tiene manera de interactuar con otras del mismo nivel, por tanto no sólo dejará de evolucionar, sino que tiende a desaparecer. La sostenibilidad de una sociedad global con el sistema mecánico evolutivo actual es inviable.

Con todo esto, partamos de la totalidad para llegar al responsable último de la sociedad, y comprobar por tanto su fracaso. El ente sociedad-global se retroalimenta de las sociedades que lo componen hasta llegar a un límite en el cual debería de interactuar con otra entidad de su mismo nivel (algo imposible hoy día), el peso específico que tienen algunas sociedades con respecto a la globalidad modifica el comportamiento natural de la mega-sociedad, que debería de proteger a todos sus miembros, para decantarse sólo por aquellos que pudieran hacer que continuara desarrollándose sin necesidad de interactuación alguna con otra mega-sociedad (un desarrollo anómalo teniendo como base la mecánica evolutiva actual), esto nos lleva de la retroalimentación, al canibalismo. No hay duda que la sociedad-global tal y como la conocemos es, entre otras cosas, el resultado de la precariedad, abuso, utilización y aniquilación de otras tantas sociedades; hay que aclarar en este punto que antes el ente no estaba desarrollado, por tanto ese sería el drama evolutivo social (vergonzosamente aceptado e incluso justificado). Pero en este momento sigue habiendo sociedades pisoteadas y esclavizadas por la sociedad-global, cuyo trabajo y la explotación de sus tierras y recursos sirven para otros menesteres al margen de su propia evolución (de esa sociedad). Además, otras tantas simplemente son ninguneadas y dejadas a su suerte, al no servir para un desarrollo generalizado del gran ente. Éste es el resultado de una distorsión del modelo mecánico evolutivo. El desarrollo normal necesita de individuos del mismo nivel, en este caso de otra mega-sociedad, sin eso el estancamiento es inevitable, y el retroceso del mega-ente sólo cuestión de tiempo.

Pero la complejidad de la relación simbiótica entre la sociedad-global y el resto de sociedades individuales o grupos de ellas (comparable con la relación entre individuo y sociedad), es tal que éstas se ven afectadas irremediablemente. Hemos comentado que en este tipo de relaciones existe un flujo bidireccional que se repite entre individuo y sociedad, sociedad y sociedad o sociedades, y también entre sociedad y sociedad-global. Cuando se genera este gran ente, es a través de él que las sociedades se relacionan, de manera que las relaciones inter-sociedades, afectan a todas las demás. Hay que entender que las sociedades aportan al ente mucho más que una cultura, de la misma manera que una persona aporta mucho más a una sociedad que simplemente el ser físico (ya hemos dicho antes que es más complejo). Es decir que ese gran ente, aunque diferente de cada una de las sociedades que lo componen es el reflejo de las mismas y su desarrollo. El problema está en la estructura evolutiva social, pues para que una sociedad individual se desarrolle, necesita de otras para interactuar, y esto ocurre ya a través de la sociedad-global. Pero ésta no evoluciona normalmente debido a la imposibilidad de interactuar con otras, así que literalmente deja que unas sociedades se destruyan para mantener el modelo. Las sociedades que se ven beneficiadas de algún modo por este modelo (muchas), para continuar evolucionando del mismo modo que lo hacen, tienen que mantener las relaciones tal y como están, por tanto el modelo de sociedad-global no cambia. Tanto es así, que otras tantas sociedades (denominadas emergentes), se suman al modelo actual (por eso son emergentes) agravando el problema. El fracaso de la sociedad global queda patente, o ha quedado patente, desde el momento en que todos tenían en su mano acabar con las circunstancias infrahumanas de algunas sociedades a través del ente, y aun así no se ha hecho por querer mantener el desarrollo de otras muchas.

La sociedad, el paradigma del desarrollo humano, de evolución como especie “superior”… se pudre: el flujo bidireccional con el gran ente la envenena. Por desgracia la estructura global no se puede obviar, y es el único medio que tienen las sociedades para interactuar entre sí. Este medio está desvirtuado, o edulcorado, por el interés general de no cambiar un modelo equivocado, de manera que el equilibrio que debería ser una sociedad simple (que vista desde el individuo, desde dentro, es como una gran estructura) se pierde, porque sólo un sector o una parte de la sociedad (y con “parte” no hay por qué referirse a individuos, una sociedad es mucho más) puede mantener el flujo bidireccional con el ente global, ya que éste, a su vez, se apoya más en unas sociedades que en otras. Lo que en realidad queda es el simple hecho de continuar imbuido en la mecánica evolutiva social (ya destruida), cueste lo que cueste; hasta el punto de crear la sociedad en función a eso, y no de adaptar o buscar un modelo en función de las sociedades. Por tanto el individuo como persona integrante de una sociedad simple, queda relegado al último lugar en la escalera de intereses, ya que no se genera una sociedad a su medida, sino a la medida del ente global. Esto es un círculo vicioso complicado de abarcar y comprender, hasta el punto de que se adoptan las sociedades al sistema y no al revés, el sistema a las sociedades. La mecánica evolutiva debería de adaptarse al momento de crecimiento de las sociedades, y no al contrario (como está ocurriendo). Nos sentimos entonces mangoneados, y dirigidos. Es por ello que se dice que se es esclavo de la sociedad, pero es un error conceptual al estar inmersos en la espiral destructiva. Pero este pensamiento, este error, marca tendencias y refuerza el modelo actual. Ya que si yo pienso que soy prisionero de la sociedad, no puedo hacer nada, por tanto el modelo no solo no cambia, sino que sale reforzado al creer que en realidad no se puede hacer nada.

Tendríamos que comenzar por cambiar el concepto; el individuo, a pesar de ser el responsable último de la destrucción del modelo actual, también es el único que puede cambiarlo, pero hay que empezar por darnos cuenta de que todos somos sociedad, de que vamos en la misma dirección aunque no lo parezca, y que no nos podemos desligar, no porque seamos prisioneros, sino porque es nuestra naturaleza convivir en sociedad, es nuestra responsabilidad crear la mejor para todos. Cuando se habla de simbiosis, se está haciendo referencia al modelo real de relación entre el individuo y la sociedad, pero lo hemos desvirtuado hasta tal punto, que más bien parecemos parásitos (las personas) del gran ente sociedad-global… pero sólo lo parecemos, la realidad es más difícil de asimilar.

La cruda realidad es que la sociedad lleva tanto tiempo evolucionando en relación a un modelo y no a sus individuos, que se ha convertido en un parásito del individuo. El ente sociedad ha adquirido una postura parasitaria en relación a sus miembros, porque el único objetivo es mantener el modelo global actual. Esto ha ocurrido gracias a dos cosas; primera porque nuestra actitud ha convertido la simbiosis en una relación parasitaria en muchos aspectos: la sociedad nos consumo porque creemos que somos prisioneros; segunda porque la sociedad sin el individuo no es nada, así que se sirve de él para mantener la estructura necesaria. Este modelo ha relegado la relación simbiótica a la mínima expresión: en teoría la sociedad mantendría las necesidades de sus individuos para que éstos siguieran reforzando el modelo. Pero esto es hacer funambulismo sin red: un traspiés y puedes matarte. De la misma manera que el ente sociedad-global practica el canibalismo con algunas de sus sociedades para mantener a otras que soportan el modelo. La sociedad simple también hace esto con sus individuos cuando tiene que proteger el modelo. Lo triste es que si cogiéramos un cuchillo y abriéramos el corazón y el cerebro del ente sociedad, nos encontraríamos a nosotros mismos.

 Una sociedad debería proteger a todos sus individuos como base y parte fundamental de la evolución primaria, que es la que realmente le da el rango de sociedad. Cuando esto no ocurre, cuando no hay herramientas para salvaguardar a las personas que la componen, se puede decir que hemos fracasado como sociedad, aunque ésta continúe evolucionando o relacionándose a través del ente global.




martes, 23 de octubre de 2012

LA DIMENSIÓN PRÁCTICA DE LA LIBERTAD




Podría comenzar diciendo que la libertad es un utopía que nos mantiene con la falsa sensación de ser dueños de nuestras elecciones. Que en realidad no somos libres porque no podemos hacer lo que queremos al estar coartados por un sistema de continua alienación. Incluso que no pensamos lo que queremos por formar parte de una sociedad que “diseña” a sus miembros para el “borreguismo”. Pero no lo voy a decir. Eso se lo dejo a los jóvenes contestatarios de los que un día formé parte, para que continúen dando mil razones por las cuales darnos a entender que la libertad es sólo una quimera, pero ninguna explicación de cómo evitarlo.

Creo que lo más importante cuando se habla de la libertad es diferenciarla del libertinaje, porque muchos argumentan que las personas no son libres al enfrentarse a un sistema de normas, ya sean legales o morales, en virtud de las cuales se nos imponen prohibiciones, límites. No observar estas normas, y no respetar la ley, la moral, o la propia libertad de otras personas es libertinaje. Ahora alguien dirá que si no existieran normas no habría libertinaje. Supongamos que no hay leyes, para no pisotear al prójimo tendríamos que tener una conciencia tan abierta de sociedad, un respeto tan profundo al resto de las personas, que entraríamos en el terreno de la ciencia ficción. Aun así, es esta sociedad… sin leyes, donde todo el mundo respeta a todos, estaríamos basándonos en un sistema moral, en una ética, que les diría a los individuos qué está bien y qué no; de lo contrario la convivencia sería imposible. De nuevo normas. Por tanto, una sociedad sin normas de ninguna clase no es viable.

Si tenemos en cuenta que todas las sociedades de la historia han tenido un sistema de reglas de comportamientos, se nos plantean tres posibilidades: la primera es que nunca, en la historia de la humanidad, las personas han sido libres. La otra, que las normas no tienen nada que ver con la libertad, ya que el ser humano necesita de ellas para convivir. La tercera sería que la libertad tal y como queremos simplemente no existe, es un término acuñado para describir un sentimiento, o más aún: es un término paradójico ya que sin la ausencia de ésta no tendríamos necesidad de serlo, y por tanto de definirlo.

Ahondemos un poco más. Si desde el comienzo de nuestra historia hemos vivido en sociedades donde existían leyes o normas para convivir, es posible que tengamos eso tan interiorizado incluso hasta el punto de no poder vivir sin ellas, que el hecho de pertenecer a una civilización más o menos reglada no tienen nada que ver con la libertad. ¿Qué sería entonces? Tal vez la libertad tenga más que ver con el número de opciones que se pueden elegir. Desde este punto de vista, una persona sería más libre cuanto mayor número de posibilidades tuviera a su disposición. A más opciones, más libertad. Habría que contemplar aquí dos cosas importantes, una que hasta que no soy consciente para decidir por mí mismo no soy libre, por ejemplo un recién nacido al que se le perforan los oídos no es libre en ese momento para decidir eso, o cuando es bautizado, o cuando se le deja el pelo largo etc. Esto puede parecer banal, pero no lo es en los términos en los que estamos hablando. La otra cosa que tenemos que tener en cuenta es que como el número de posibilidades es limitado (porque seguro que lo es), entonces no seremos completamente libres sino en las limitaciones de las opciones entre las que puedo elegir. De nuevo un callejón sin salida. Otra vez el bucle que nos lleva al principio.

La legalidad, la moralidad, la limitación de opciones… la manera de vivir en sociedad, en general, es incompatible con la libertad teórico filosófica. Los pensadores, desde los presocráticos, han intentado postular una libertad que encajara, bien en el pensamiento teórico, bien en la acción pura. De todas las teorías podríamos quedarnos con tres: un determinismo absoluto, que afirma que si la conducta del hombre se haya determinada, no cabe hablar de libertad. El hecho de que la decisión para realizar una conducta sea el efecto de una causa, significaría que tal decisión no es libre, sino condicionada. Por tanto la elección libre sería una ilusión. Frente a éste está el libertarismo absoluto, que dice que ser libre es actuar de la manera que se quiera, en contra o a favor de lo que pudiera ser normal o aceptado. Esto dejaría la decisión fuera de toda causalidad. Por último existe una teoría intermedia, un… determinismo compatible con cierta libertad, en la que se reconoce que la conducta del hombre se encuentra determinada y que dicha determinación, más que impedir la libertad, sería la condición necesaria para ella. Es decir, para que haya opciones de elección, aunque sean limitadas y de las cuales podemos elegir una, es necesaria una causa que las posibilite (explicado a groso modo). Sin causa, no hay opciones y no hay libertad de elección entre las mismas.

No creo en la libertad en su dimensión teórica, que la englobaría sólo en el terrero utópico de las definiciones inútiles como la “paz” el “bien” el “mal” el “comunismo” la “anarquía” el “bien común” y miles de etcéteras. La libertad existe en la dimensión práctica o no existe. Un individuo se consideraría libre desde el punto de vista de la razón (sin la presión del instinto que no creo que tenga el ser humano), sin ser obligado a una elección y teniendo más de una posibilidad (teniendo en cuenta que no elegir podría ser una de esas posibilidades).

¿Es libre el ser humano? Indiscutiblemente sí, si se cumplen los preceptos enunciados anteriormente. ¿Es la limitación de opciones sinónimo de la “no libertad”? No, la limitación de opciones puede venir determinada por un sistema de valores, un sistema legal, un sistema moral, sistemas que la humanidad ha ido adquiriendo a lo largo de la historia y que nosotros elegimos respetar. ¿Es la causalidad una limitación a la libertad? La causalidad propicia las circunstancias que todos los días, a todas horas, nos hacen decidir. Incluso también determinan las opciones que tenemos. ¿Por qué decirnos entonces que no somos libres? Las personas quieren actuar como les dé la gana, en consonancia sólo a sus valores (independientemente de los de los demás), sin consecuencias. Pero incluso ahí estarían limitados por sus valores. Y qué hay de los demás. Hay quién dirá que el límite sería el respeto por los sus congéneres, pues esa también es una coartación clara de dicha libertad. La libertad a la que aspiran los individuos que dicen que no somos libres, es una libertad que no existe en el ámbito práctico, es inalcanzable por imposible, ni siquiera entra dentro de la razón, porque en el momento que diéramos como explicación para no hacer algo, un motivo ajeno a nosotros mismos… ya no estaríamos en esa utopía que tantos persiguen. Y la razón nos lleva una y otra vez a dar razones por las cuales no hacer o hacer determinadas cosas, aunque sea por preservar la vida de nosotros mismos o la de los demás (algo básico en la convivencia).

Tenemos que suponer, por tanto, que si es la razón la que nos da razones por las cuales actuar de una manera u otra, aunque sea en base a preceptos morales, sin razón no hay libertad. Y si es con la razón con la que elegimos entre unas opciones dadas, entonces hacen falta dichas opciones para ser libres. Y si sin elección, aunque sea por omisión de acción, no hay libertad, entonces para ser libres tenemos que elegir.

LIBERTAD: Elegir entre diferentes opciones en base a la razón y sin coacción, teniendo en cuenta que “no elegir” también podría ser una de ellas.


viernes, 5 de octubre de 2012

LA ARROGANCIA DE LA RAZA HUMANA XI. LA ACEPTACIÓN DEL RELATIVISMO MORAL



“Relativismo” y “Moralidad” son dos términos que la humanidad nunca ha terminado de asimilar dentro de la misma frase, puesto que en cada época, en cada momento coyuntural de la historia, cada sociedad ha tenido su propia moralidad, admitiendo cada vez que era la mejor manera de entender la vida y la relación entre las personas, así como la interacción con el “todo”. Y no nos vistamos con la bandera de la aceptación universal, ahora no es distinto. La diferencia (eso sí) está en que en la actualidad, las sociedades interaccionan más activamente unas con otras, y un individuo o grupo de individuos, están afectados por muchas más circunstancias que antes, circunstancias mucho más efímeras, mucho más cambiantes que siglos atrás. Es decir, los factores que “moldean” la moralidad son más, más complejos, menos duraderos y más globales.

Los sofistas y Platón defendieron posturas opuestas respecto a la moral. Los sofistas plantaban la relatividad en la moral al comprobar que estas reglas de moralidad eran diferentes en pueblos distintos, en principio sin contacto alguno. Pero, cuando estos sistemas morales “diferentes” eran agregados a otras sociedades que se supone estaban en contacto, entonces debería ser posible ordenar estos sistemas de peor a mejor. ¿Adivináis cuál era la mejor para ellos? Obviamente no sería la moralidad de otro pueblo. Platón ponía de “vuelta y media” a los sofistas, dialécticamente (eso sí), y proponía que había sólo una única verdad absoluta y verdadera a la cual se llegaría a través de la razón. La moral entraba dentro de estas “verdades absolutas” que se podían encontrar, ya que era inamovible. Todo lo que era cambiante, como la naturaleza y el universo, no permitía un verdadero conocimiento. Lo que se le escapaba a Platón, era que la moral depende de las circunstancias, que son cambiantes; por tanto su propia teoría pondría a la moral fuera del alcance de la verdad absoluta. Volviendo a los sofistas, hay que decir que si se incluye un sistema moral dentro de otra sociedad, como las circunstancias cambian es normal que las reglas morales lo hagan también. Ambos casos, opuestos, nos enseñan que la arrogancia, sobre todo en materia moral (y no olvidemos que la moral es intrínseca al hombre y lo aborda todo), es un error de forma difícil de evitar.

El “relativismos moral” se puede y se tiene que abordar de dos maneras diferentes: una es el hecho en sí de saber que durante la historia, y en la actualidad, las diferentes sociedades o grupos de personas, han tenido maneras distintas de abordar los mismos “problemas” sociales; la otra es desde el punto de vista evolutivo, esto es, si la moral ha ido cambiando desde el principio de los tiempos, es de una lógica aplastante pensar que continuará haciéndolo. Esta última afirmación nos lleva a pensar que “las verdades morales” simplemente, o bien no existen, o bien no están a nuestro alcance. Defenderlas sería limitar la mente, el desarrollo individual y por tanto el colectivo.

La primera vertiente del “relativismo moral” se refiere directamente a una interpretación del movimiento relativista aplicada a la moral (nada nuevo), lo que explica que diferentes sociedades tenga diferentes reglas morales. El problema que plantea esta vertiente, el error que tenemos que evitar o corregir, es pensar que unas reglas son mejores que otras, a la vez que admitimos que son un producto de las circunstancias. Esto es extremadamente difícil si pensamos que hay sociedades donde dichas reglas vulneran algunos de los derechos fundamentales de los seres humanos que conviven en ellas (no voy a poner ejemplos). Pero el hecho de que se defienda el “relativismo moral”, no implica que se defienda la denigración de las personas. La moral debe estar al servicio de la convivencia social, del avance humano, y ser herramienta para la comprensión de los aspectos fundamentales (y preguntas) que son inherentes a la aparición de la raza humana. Pero se podía pensar que unas reglas aceptadas por todos los miembros de una sociedad, denigren o no a sus individuos, serían válidas dentro de este relativismo. Efectivamente podrían serlo, y entrarían dentro del marco del “relativismo moral”; pero viendo la evolución de la humanidad en perspectiva, habría que decir que estos comportamientos no se adaptan a la sociedad actual, y por tanto, sin decir que las otras moralidades o una de las otras son las verdaderas, habría que admitir que este tipo de reglas donde no todos los miembros de la sociedad están al mismo nivel ni son tratadas igual, no pueden estar dentro del mismo plano, lo que nos llevaría a la segunda vertiente del “relativismo moral” (tratado en el siguiente párrafo). Por tanto, lo que hay que aceptar es que una moralidad que tratara a todos sus miembros por igual, al menos en teoría (la “práctica” entra dentro del marco de la individualidad o de la interpretación de unos pocos), pertenezca a la sociedad que sea, podría ser válida.

La otra vertiente del “relativismo moral” se refiere a la aceptación evolutiva del ser humano. Es innegable que hemos avanzando en todos los aspectos. En todos nuestros “presentes” hemos creído que nuestra manera de abordar la convivencia social era la mejor, a pesar de que cada sociedad tenía un “presente” diferente, y morales diferentes. El hecho lógico de cambiar nuestra manera de entender la vida debido a las vicisitudes políticas, sociales, económicas… es prueba suficiente para pensar (por no decir saber) que continuaremos cambiando. Nuestra moralidad será diferente dentro de cien años de lo que lo es ahora. De hecho, nuestra moral está en continuo cambio. ¿Alguna de las anteriores era la mejor? Si es así, ¿estamos equivocados ahora? ¿Acaso es nuestra moralidad actual la mejor de cualquiera de las que se puede tener? Si fuera así no debería cambiar, pero la historia nos dice que sí lo hará. El “relativismo moral” pone de manifiesto que la moralidad está al servicio de las necesidades y que evoluciona con la humanidad, aceptarlo es necesario para no quedar “estancados”. Retomemos el ejemplo de sociedades cuya ética-moral permite la degradación de algunos de sus miembros, o grupo de individuos; no aceptar que su moral no es la única verdadera (o la única y verdadera), o que podrían estar equivocados, ha permitido que en tiempos actuales las relaciones entre sus miembros, y con otras sociedades, se asemeje más a siglos pasados que a lo que pensamos o creemos que debe ser (o debe DE ser) una sociedad adecuada. Esto sería un ejemplo de “absolutismo moral” en la actualidad. Un estancamiento de la moral, detiene la evolución como sociedad.

Vamos a dar un paso más. La suma de las moralidades individuales da lugar a una moral social diferente a cada una de las individuales, y la suma de éstas define nuestra moralidad como especie que es diferente a cada una de las moralidades sociales. Como especie racional, que somos capaces de hacernos preguntas sobre nosotros mismos, y que adecuamos las normas a la convivencia y viceversa, tenemos una moral, la “moral humana”. Y como especie, también cometemos los mismos errores respecto a ella. Formamos parte de un universo que se nos antoja infinito, por propia definición también son infinitas, por tanto, las probabilidades de que no seamos la única especie inteligente. Desde que se han tenido los medios técnicos suficientes (o tal vez incluso antes) intentamos encontrar una prueba que nos diga que realmente no estamos solos. Creemos que inteligencia y moral tal y como nosotros la concebimos van unidas, craso error, aunque típico en nuestra arrogancia. En primer lugar y más importante, es que la moral sólo son un conjunto de normas que nosotros, aislados aquí en nuestra pequeña isla cósmica, hemos desarrollado. Podríamos pensar que el simple hecho de vivir en sociedad hacen necesarias este tipo de normas, muy bien, demos esto por cierto (aunque es discutible). De dónde sacamos que una sociedad inteligente a miles de millones de años luz de nosotros tengan las mismas reglas o… parecidas. La moral se basa en la concepción del bien y el mal, conceptos que nosotros mismos hemos definido (en la mayoría de los casos con base religiosa). Es decir, ni siquiera sabemos que nuestra concepción del bien y el mal sea la correcta en el desarrollo lógico del universo, es más, ni siquiera sabemos si el bien y el mal existen en realidad, y en base a eso hemos desarrollado una “moral humana”… ¿y queremos creer que las distintas especies que pudiera haber en el universo comparten esa visión con nosotros? Eso sí que es arrogancia. El más mínimo detalle diferente en la evolución de esa especie, si es que tuvo evolución tal y como nosotros la concebimos, diferencias en la concepción de la vida, del universo, un conocimiento más profundo de la existencia (si es que lo tuvieran más que nosotros)… haría que sus reglas (si es que tienen) sean diferentes. Creer mínimamente que todo el universo tenga una moral parecida a la nuestra es ilusorio a la par que arrogante.

Estamos limitados por todo lo que tenemos en derredor, por nuestra capacidad de comprensión, por lo inmenso que se nos presenta el universo. Estamos limitados por nuestras creencias, incluso por nuestras propias normas. Si hay una moral universal, entonces la nuestra está en pañales. Y exista o no esa “moral universal”, nosotros como especie tenemos que contemplar la “relatividad moral”, tenemos que ampliar nuestra visión simplemente para admitir que podríamos estar equivocados, que nuestra moral no es la única y verdadera, que la sociedad vecina puede tener unas normas morales diferentes igual de válidas. Hay que darse cuenta de que la evolución implica cambio, en todos los aspectos, y que la moral también cambia.

Pensad que si el “absolutismo moral” puede detener la evolución de una sociedad, también puede detener la evolución como especie.





ENRIQUE CABRERA